La semana pasada una estudiante de medicina me estuvo contando que llevan hablando en las aulas sobre el coronavirus desde hace ya un tiempo, mucho antes de que lo estuviéramos haciendo todos. Incluso ha sido habitual que alguno de sus profesores no pudiera impartir las clases con normalidad porque era requerido por los hospitales para conocer su opinión sobre lo que estaba pasando. Es decir, estamos ante profesionales y estudiantes que se han puesto en contacto con lo que se avecinaba mucho antes que el resto de la población. Y aun así, el mensaje de la joven era de total serenidad ante los contagios. Que era una cosa predecible pero asumible.
Ya nadie lo recuerda, pero en el 2009 tuvimos otra pandemia que afectó a 50 países en todo el mundo, la gripe A. También se extendió rápidamente y surgió la alarma a nivel mundial buscando el modo de contenerla y de encontrar la vacuna que pudiera prevenir su aparición. Hoy en día no tiene más consecuencias que la de una gripe estacional.
De manera que lo que hoy es terriblemente peligroso, sólo necesita un poco de tiempo para que sea manejable y controlable. Eso no quita que se deban tomar las medidas oportunas tal y como se está haciendo. Pero también es importante que se transmitan de manera apropiada para que no cunda el pánico.
¿Qué hacer? Tomemos en consideración sólo la información proveniente de entidades y organismos oficiales. Alejémonos al máximo de los mensajes alarmantes y catastrofistas que circulan por las redes sociales. Y aprendamos a contrastar la información antes de tomarla como válida. Del mismo modo que todo lo escrito no es verdadero, todo lo que se comunica por whatsapp tampoco lo es. Con ese sencillo gesto evitaremos desasosiegos y miedos que no llevan a ninguna parte.