El desarrollo de los acontecimientos que estamos viviendo, nos hace reflexionar sobre el hecho de que estamos siguiendo una serie de fases, similares a las que se dan en otro tipo de situaciones sociales.
Cuando empezamos con esta historia del virus, parecía que no iba con nosotros, que eso sucedía en otra cultura muy lejana a la nuestra. Incluso cuando empezamos a tener los primeros casos en nuestro país, la reacción continuó siendo por un tiempo de incredulidad: estábamos en la fase de NEGACIÓN.
A medida que van aumentando el número de contagios y de fallecimientos, y las autoridades toman medidas tajantes, empezamos a tomar conciencia de la gravedad de la situación, empezamos a ver los cambios que se han dado en nuestro entorno en pocos días: hospitales colapsados, residencias de ancianos convertidas en tanatorios, calles desiertas y silenciosas, gente con guantes y mascarilla por todas partes, … Y eso da MIEDO. Y es normal que nos sintamos así. Nuestro mundo se desmorona en pocos días y eso produce desasosiego e intranquilidad.
Pero es muy importante que ese miedo no se convierta en pánico, en miedo descontrolado que nos lleve a preocuparnos innecesariamente por el futuro. Para ello, debemos darnos cuenta de que a medida que vamos ACEPTANDO la situación vamos descubriendo también otro tipo de hechos impensables hace dos semanas, pero esta vez positivos: los aplausos y conciertos en los balcones, las muestras de generosidad de empresas y particulares, la incorporación voluntaria al trabajo de personas que ya estaban jubiladas,…
La última etapa será la etapa de ADAPTACIÓN a la nueva situación. Ese es el momento donde tomamos conciencia por una parte de nuestra fortaleza, de lo que somos capaces de hacer ante la adversidad. Y por otra parte nos da la ocasión de enfocar las cosas de otro modo cuando volvamos a la rutina anterior. Dos grandes aprendizajes que no suelen darse en momentos de estabilidad y bonanza.