Últimamente estamos oyendo mucho hablar de que las empresas deben cambiar para adaptarse a la crisis. Suenan frases como: evitar los ambientes tóxicos, mejorar la comunicación con los empleados, compatibilizar la vida laboral con la familiar o cuidar las emociones que pueden afectar al clima en la empresa.
Todo eso, que es totalmente cierto, suena a utópico para algunos empresarios, que piensan que lo realmente importante, es aumentar las ganancias año tras años y con esos temas sentimentales eso no se consigue.
Otros empresarios más optimistas, aceptan que ese tipo de empresa sea posible y que exista, pero en otras sociedades más ricas y avanzadas como Japón o Norteamérica y con empresas muy grandes que pueden dedicar dinero a formación y recursos humanos.
Pues bien la semana pasada tuve la ocasión de conocer una pequeña empresa de La Safor formada por tres personas, cuya historia me dejó francamente impresionada. Su fundador, una persona todavía joven, empezó a trabajar muy pronto porque no iba bien en el colegio. A pesar de eso, siempre tuvo claro que lograría formar una empresa donde trabajaría en algo manual, porque era lo que le gustaba y se le daba bien. Empezó a funcionar en plena crisis económica, marcándose objetivos, pequeños retos a corto plazo que le iban permitiendo saber hasta dónde podía llegar, cual era su potencial. Y lo ha conseguido. Ha llegado donde quería. Tiene ahora una empresa propia, estabilidad económica, ilusión por lo que hace y sueños de futuro. El secreto para su éxito: tener claro hacía donde quería ir y luchar duro para conseguirlo. Sus valores: la constancia, el esfuerzo, el trabajo bien hecho y el no rendirse nunca.
Nada más entrar en su taller hay un grafiti gigante que dice
¡¡¡¡ERES IMPORTANTE!!!
Amén de otras muchas frases que hacen alusión a que la suerte no existe, sino que se la hace uno mismo.
Reconoce que se ha equivocado muchas veces, pero con cada tropiezo tenía más claro qué era lo que quería y cómo conseguirlo. Así que se ponía en pie de nuevo y lo seguía intentando. Al hablar con él percibes su entusiasmo y energía. Su pasión por el trabajo bien hecho. Un optimismo contagioso que transmite a sus empleados y clientes.
Por tanto no es un mito. Puede conseguirse. Aquí mismo y sin ser una gran empresa. Sólo existe un obstáculo: nosotros mismos.